El enfado hacia el cuerpo como violencia estética

Hace unas semanas que estoy leyendo mucho sobre el poder del enfado, emoción que nos ha sido arrebatada en demasiadas ocasiones a las mujeres. En Autocompasión Fiera, la autora reivindica el derecho que tenemos las mujeres a enfadarnos y expresa que la fuerza de la ira es la propulsora de enormes y beneficiosos cambios personales y sociales.

 

Al parecer, y al menos yo lo siento así también en terapia, cuando no hacemos nada con el enfado, su fuerza se redirige hacia un lugar inadecuado: Imagina que una persona de tu entorno ha sido injusta contigo o te ha faltado el respeto. Bien, pues si no identificas que sientes enfado ni tampoco de dónde viene éste, es posible que la fuerza de la rabia se exprese en otro momento y con otra persona.

Durante demasiado tiempo las mujeres hemos vivido una censura de la expresión de nuestro enfado y esto indudablemente tiene consecuencias. Una de ellas es que cuando no podemos expresar el enfado hacia fuera, lo acabamos expresando hacia dentro.

Si no puedo expresar mi descontento, mi decepción, mi impotencia o mi rabia hacia lo que realmente lo está causando, lo voy a expresar hacia mí. Por ejemplo: Si siempre te piden hacer horas extras y no dices nada a tu empresa es probable que acabes deciéndote frases como «Es que ni siquiera sabes decir no», «No vales para nada» o «Eres tonta» Cuando, en realidad, lo que ocurre es que estás enfadada y no lo estás expresando hacia el lugar adecuado.

Siento que esto también ha tenido influencia en cómo vivimos los imperativos estéticos que la industria de la belleza nos impone. De nuevo, durante demasiado tiempo hemos aceptado en silencio sus mandatos. Durante demasiado tiempo hemos callado, hemos escondido, hemos pasado hambre y hemos sufrido. Durante demasiado tiempo hemos dirigido todo este malestar hacia nuestro cuerpo. Culpándolo de todo y para todo. Es decir, se convierte el enfado hacia el cuerpo como violencia estética.

Llegará un momento en el que dirás «basta». Llegará un momento en el que tu enfado se dirigirá por fin hacia el origen de todas las exigencias. Llegará el momento en el que verás que el problema no lo tienes ni tú ni tu cuerpo y, en ese momento, seremos más fuertes que los mandatos estéticos del momento.

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